La mejor manera de reconocer un jamón ibérico es leer y conocer a fondo el etiquetado. Pero, para que no nos engañen con imitaciones, toma nota de los aspectos en los que debes fijarte para saber distinguir un buen jamón ibérico:
Peso: la pieza de jamón ibérico debería pesar entre 6-8 kg y la pata suele ser algo más fina que un jamón de cerdo blanco.
Grasa: la grasa que posee un ibérico se caracteriza por no ser grasa únicamente externa que aparece en el lateral o superficie del producto, sino por contener grasa interna entre las fibras musculares del animal, que hace que todo el producto sea jugoso. Además, es una grasa preferentemente insaturada, por lo que tiende a fundirse, tanto en la boca como en la mano o en el propio plato, si la temperatura ambiente es calurosa.
Tono: esto le confiere al jamón ibérico, a diferencia de un jamón que no lo es, un tono muy brillante y vivo, y hace muy difícil que resulte seco.
Manchitas: asimismo, entre las fibras marrones del jamón ibérico, pueden aparecer unas manchitas o puntitos blancos o ligeramente amarillentos que nos anuncian la presencia de cristales de tirosina, componente de las proteínas y que, lejos de estropear el producto, nos garantiza que vamos a poder degustar un auténtico jamón ibérico.
Olor: el aroma del jamón ibérico es inconfundible. Es un olor intenso que irradia potencial, difícil de camuflar.
Sabor: el sabor no debe ser salado en exceso, ya que estropea el jamón. Y resulta una curiosa mezcla de dulce y amargo que caracteriza un buen jamón ibérico.
Color: respecto al color de la carne, el rojo intenso y el marrón oscuro son los tonos con los que más se identifica un jamón de buena calidad.
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