Nos quedamos sin jamones. Sin los buenos, los auténticos patanegra de cerdo ibérico criados en las dehesas españolas a base de bellotas. Porque por culpa del cambio climático y el avance de una compleja enfermedad llamada “la seca” nos estamos quedando sin robles y encinas. Y sin estos árboles no hay comida verdadera ni monte auténtico para alimentar a las piaras de cochinos autóctonos; no hay jamón, lomos ni chorizos ibéricos de bellota.
“Qué se fastidie el que se lo pueda pagar”, dirá más de uno. Pero está equivocado. El verdadero lujo es ese bosque domesticado, único en el mundo, mantenedor de un paisaje y una cultura extraordinarios, a la vez que custodio de una fauna tan amenazada como el buitre negro o el águila imperial.
Una joya natural patrimonio de todos enfrentada desde hace décadas a un futuro incierto por culpa de patógenos, aumento de las temperaturas, largas sequías, falta de regeneración natural, abandono rural, sobrepastoreo o, en el caso concreto del alcornoque, crisis en el sector corchero ante la creciente competencia de los tapones sintéticos.
La seca o decaimiento forestal, ese fuego invisible, silencioso, frío como la muerte, está acabando cada año con miles de árboles maravillosos sin que hagamos nada para impedirlo.
Algunos eran tan centenarios como el Abuelo, un viejo alcornoque en el entorno del Parque Nacional de Monfragüe al que su declaración como singular por la Junta de Extremadura no le sirvió de nada.
Hay científicos que ya dan por perdida la dehesa ibérica y proponen iniciar con urgencia una estrategia viable de sustitución por otras especies o variedades más resistentes.
No me sirve. Muerta la arboleda, los monocultivos agrícolas se comerán los últimos retazos de nuestra selva mediterránea y con ellos sus últimos cerdos ibéricos de montanera, sus últimas vacas retintas, y también a esos últimos hombres y mujeres herederos de una milenaria cultura agropastoril.
Fuente: blogs.20minutos.es